25 de febrero de 2014

El comunismo según Semprún

Felipe Nieto (Santander, 1948) no conocía casi nada de Jorge Semprún cuando se cruzó con él una tarde en la Residencia de Estudiantes, lugar que acoge este martes la presentación de su libro La aventura comunista de Jorge Semprún (Tusquets), XXVI Premio Comillas.

El escritor e intelectual madrileño se encontraba presentando uno de sus libros y Nieto, inmerso en ese momento en la elaboración de su tesis, se vio ante la posibilidad de un nuevo enfoque para su estudio: el propio Semprún. “Me di cuenta de que su figura representaba gran parte del siglo XX en Europa y España: exilio, deportación, lucha antifascista, aventura comunista...”, explica Nieto. “Además era un personaje que, a diferencia de lo que ocurre en Francia o Alemania, no siempre había sido apreciado en nuestro país”.

Nieto, entre 1996 y 2007, fue desgranando con precisión (en los ratos libres que concedía su labor como docente) una de esas vidas del siglo XX que sirven tanto de crónica de la capacidad de superación del ser humano como de reflejo de las capítulos más oscuros de la Historia. Pero de eso nada podía sospechar el joven madrileño de 13 años que el 17 de julio de 1936, día de inicio de la Guerra Civil en España, abandonaba con su familia la capital para pasar el verano en Lequeito (Vizcaya). Nieto por parte de madre del político Antonio Maura e hijo de José María Semprun y Gorrea, intelectual republicano que había desempeñado el cargo de gobernador civil, Jorge se vería obligado a marchar al exilio con sus seis hermanos para, en primera instancia, residir en La Haya gracias al cargo de embajador que el Frente Nacional otorgó a su padre.

Así comenzaba la historia del destierro y del desarraigo para el joven Semprún que, a partir de ese momento, siempre llevaría por bandera dos palabras: rojo español. El final de la guerra en España supuso el cese de su padre como embajador en los Países Bajos y, acompañado por su hermano Gonzalo, Jorge marcharía a París para estudiar en el Liceo Henry-IV, una de las instituciones más prestigiosas del país. Pronto demostró su alto nivel para los estudios y, motivado por la conciencia de su condición de exiliado, se fue introduciendo en los círculos de resistencia antifascista para acabar recayendo en el Partido Comunista. “En primer lugar, el comunismo en los años 30 y 40 tenía un gran prestigio entre las fuerzas de resistencia al fascismo”, explica Nieto. “Además el mundo intelectual se había inclinado por esta ideología radical que parecía el movimiento político llamado a liberar a la humanidad de sus cadenas. Semprún se introduce perfectamente en esas corrientes desde la intelectualidad”.

Con motivo de la invasión de Francia por parte de la Alemania nazi, Semprún adoptaría la lucha armada de la resistencia. Sería capturado por las SS y enviado a Bunchenwald, campo de concentración nazi situado en la zona de Weimar. Expuesto a condiciones inhumanas, de extrema crueldad, Semprún gozó no obstante de cierta protección por el hecho de pertenecer al PCE. En un escenario tan sombrío y lejano llegó incluso a reintegrarse a la comunidad española, a su historia y a su lengua gracias a la relación con sus compatriotas. Por otro lado, su dominio del alemán hizo posible que entrará a trabajar en una oficina donde el desempeño no era duro. Allí se confeccionaban las listas de mano de obra destinado a trabajar fuera del campo donde la esperanza de vida disminuía significativamente. Así realizó un trabajo valioso para la resistencia del campo, evitando a muchos de sus camaradas una muerta casi segura aunque otros prisioneros tuvieran que ocupar sus puestos.

- Se ha hablado mucho de la labor desempeñada por Semprún en Bunchenwald...
- Estas listas las confeccionaban las SS hasta que la organización del campo cayó en manos de presos comunistas, alemanes y también de otras nacionalidades. Es un tema con difíciles implicaciones morales. Semprún sostenía que la intervención que hacía el comité jugándose el pellejo consistía simplemente en retirar algunos nombres. Por ese motivo, la lista corría. Él y otros escritores que han hecho historia de los campos de concentración creen que en estas circunstancias de lucha contra el enemigo las condiciones morales normales quedaban suspendidas. Pero desde luego, como se ha dicho en algún lugar, Semprún no hacía listas para la cámara de gas porque entre otros motivos Buchembald no disponía de una. No era un campo de exterminio.

- ¿Y cómo asumió Semprún el hecho de que se demostrase que el comunismo había sido con sus enemigos tan cruel como los nazis con el propio Semprún?
- Tardaría mucho en ser consciente. En los años 50 se sabía poco de todo ello. Con Jrushchov empezaron las denuncias y dudas. El siguió como militante porque estaba entregado a la lucha en España, que consideraba que era eficaz. Pero con el tiempo Semprún y otros compañeros constataron que las denuncias no habían dado resultado y que en muchos países seguían vigentes los usos y costumbres stalinistas y lentamente comenzaron a criticarlo. Ya en los 80 se sentiría en la obligación de denunciar y comparar los similares métodos utilizados en los dos tipos de totalitarismos del siglo XX, sin hacer distinción.

Para llegar a esta reflexión Semprún tendría que recorrer todavía un largo camino que comenzó con la liberación de Bunchenwald. Sin embargo, al término de la II Guerra Mundial la lucha antifascista se detiene al norte de los Pirineos. Tras un período en el que la alegría por afrontar un futuro que había sido desestimado se mezcla con la pesadumbre por lo vivido en el inhóspito paraje de Wiemar, Semprún decide continuar su lucha contra el franquismo implicándose con convicción en el PCE al tiempo que inicia su carrera literaria. “Era joven y militante”, comenta Felipe Nieto. “Se sentía español, vinculado a los destinos de su tierra y como militante político quería luchar contra el fascismo. En ese momento surgió la posibilidad de enviar instructores comunistas en los sectores susceptibles de ser ganados para la causa. Él se presentó para el sector cultural pues tenía una gran necesidad de volver a Madrid y resarcirse de su condición de exiliado”.

En 1953 Semprún fue enviado por primera vez a Madrid por la cúpula del partido y su trabajo clandestino se prolongaría hasta 1962. Durante este tiempo utilizaría varios alias para cruzar la frontera. El más recurrente será el de Federico Sánchez que luego utilizará en múltiples ocasiones en su obra literaria. Se desenvolvió en la clandestinidad con habilidad y nunca tuvo problemas con la policía. Sabía moverse en la oscuridad. “Con eficacia contactó con todos los movimientos incipientes que demostraban su inquietud con el franquismo: el teatro, el cine, la universidad, las artes... Encontró a gente a la que orientar, a los que alimentaba con prensa y publicaciones clandestinas. Les daba un sentido a su rechazo al régimen”.

Sin embargo, el trabajo de campo otorgó a Semprún la suficiente experiencia como para comprender que el mensaje del PCE no calaba en la sociedad española y que tanto el movimiento obrero como el intelectual estaba evolucionando. El discurso tampoco convencía a las generaciones de jóvenes que no habían vivido la guerra. También se comenzó a poner en duda la democracia interna del partido. A partir de 1962 todo se sumó para que se plantearan modificaciones importantes en el partido pero Santiago Carrillo se cerró en banda lo que supuso la expulsión de Semprún en 1964 y el fin de la aventura comunista. “Fue una decepción”, puntualiza Nieto. “Había sido retirado de España y eso le dolía porque consideraba que su trabajo había sido muy positivo. Se dio cuenta de que estaba a merced de la organización. Por un tiempo siguió pensado que quería seguir siendo comunista pero al tiempo se dio cuenta que no había más que un programa y acabo por abandonar”.


Tomado de www.elculrural.es para prueba.