12 de junio de 2012

Vida Muerte Y Llanto








“Caminante  no hay camino se hace camino al andar” es parte de un fragmento del poeta Antonio Machado, quién plasmó acertadamente  la filosofía  del  mundo. Ciertamente no existe un camino que hay que pasar, más bien es un camino que hay que construir;  estos días de invierno   literariamente se han convertido en un otoño  que pinta mi existir en un  vacío que sopla un futuro  incompleto.

El 30 de mayo  será una fecha para recordar  toda mi vida y no porque en familia  se haya celebrado el día de las madres nicaragüense con toda la pompa, en cambio  se vivió como la fecha más trágica  de nuestras vidas, porque  la gran madre y  abuela murió.

El día anterior  al abrir la puerta trasera de la casa principal  fue una desagradable    sorpresa, que no se la deseo  a  nadie, encontré   a una de las  mujeres  que más amé caída en  el piso débil  y  sufriendo fuertes dolores  por  la fractura  de su brazo y  pelvis. Que  trauma es  recordar  esa escena que  difícilmente  se borrará de mi mente, ver a esa incansable y fuerte mujer abatida por el dolor, a ella quién  dio su vida por sus hijos, que apenas sabía leer y escribir; que  obtuvo sus canas  y arrugas  trabajando en el campo y vendiendo pan, por sacar a  sus hijos adelantes  y después  a sus nietos.

Las 3:50 del día 30 de mayo,  uno  de los amigos  de mi difunta abuela en un auto se estacionó frente   a mi casa, su presencia    me causó molestia  como siempre, para ser sincero no es muy  de mi agrado. Después de realizar una llamada me comunicó   que: “Doña Irene nos ha dejado”, un fuerte golpe  sentí  en mi pecho no puedo explicarlo, sólo sé que por hoy aún duele. 
Mi mamá  quien por cierto ni tuve   motivos  para  desearle un feliz día de las madres, me explicó  que parte del descenso de  mi  abuela   fue la falta de atención por parte del personal  de Hospital Humberto Alvarado. Mi familia   interpuso una formal denuncia ante las autoridades correspondientes, aunque me reservo mi dudas que tengo efecto, porque no es la primera ni última vez que un paciente fallezca  por negligencia  o  por falta de atención  médica de este centro hospitalario; la denuncia  de mi familia  no pretende  que se despida al personal, porque  eso  no sanará mi dolor o resucitará a mi  querida abuela, simplemente se pide un trato más para las personas .

La vida de mi abuela probablemente  fue  como la de muchas mujeres del país, trabajadoras y con un carácter  de guerreras por sus familias, que si bien  la falta de educación  las hizo someterse  a un sistema patriarcal, eso no permitió   que su legado y paso por este mundo pasara  desapercibido. Aunque nunca  fue a la universidad  para mí fue   toda  una catedrática del altura, porque   con ella aprendí mucho de cultura e historia nacional, es más decirlo, porque todos sus conocimientos  los obtuvo  mientras caminaba  por este mundo, nadie  le mostró un libro que le dijera este es la historia  de tu país, más bien  era  parte  de esa  historia  que se plasmó en su lucha  por proteger a sus hijos que en ningún momento tuvo miedo ni a la guardia somocista, ni a los sandinistas  que  la acusaron de ser somocista.
Si bien  como aprendí en la universidad las prácticas religiosas son una imposición que va de generación en generación, mi abuela me enseño esa profunda fe que caracteriza  a nuestra familia. Su visión  del mundo me enseñó que todos  somos hijos de Dios  y es el eterno juez, para muchos  probablemente es un absurdo,  para mí  es el camino que Doña Irene, como era conocida cariñosamente, construyó.

Que difícil  fue ver ese desorden  en casa al cual no estaba acostumbrado , ver que gente llegaba a  brindarnos sus condolencias  y decir: “lo siento mucho”, aunque  todos sabemos  que sólo los familiares podían  sentir esa pérdida irreparable; la verdad  no juzgo  a las personas por usar un  término incorrecto, creo que como popularmente se dice: “la intención  es lo que cuenta”

Verla en esa caja  inmóvil, sin respirar fue  muy doloroso, saber que al día siguiente   la enterraríamos  nunca pasó por mi mente durante convivimos, a diferencia de otros  sepelios a  lo que asistí, este si me llenaba  de un  profundo pesar: cada vez que me acercaba a ver su rostro mi corazón visualizaba  que estaba dormida  y que se levantaría, pero mi consiente sabía perfectamente   que jamás  lo haría.

Después de  la misa, era irremediable su destino, el cementerio  esperaba para aguardar los restos de una de las mujeres más grandiosas que pasó por mi vida y que pocas veces me detuve a  meditar   lo importante  que era. Al     introducir  el féretro  en la bóveda, mi ser quería exhalar  el llanto de súplica  al Creador por la perdida funesta, lo único que mude es  sollozar el adiós   a mi querida abuela. Quien  me regalo parte de su vida, porque me cuido desde muy pequeño, sus  cuidados me hicieron un chico fuerte, además  fue prácticamente  mi cocinera  especial que preparaba todos mis platillos favoritos, aunque la disputa se armaba, cuando quería que comiera sopa a sabiendas que  no me gustan, pero según ella era bueno  porque estudiaba demasiado.

Según  mi vecina yo era el nieto preferido  de mi abuela, la verdad  no lo creo, porque a todos nos amó con igual interés, pero no todos  le respondimos de igual manera, evidentemente  que  su aprecio hacia mi radicó en la obediencia y el respeto   que siempre  le tuve , aunque  sería hipócrita  afirmar que todo el tiempo fue así, cuando la verdad  es que hubo situaciones en  la que discutíamos  fuertemente.

He oído  que cuando  vas a morir tu vida  pasa frente a tus ojos algo similar paso con migo, parte de mi vida giro entorno a mi infancia, mi adolescencia  y mi madurez recordando los gratos recuerdos con mi abuela, y como  le dije a alguien que me brindó su solidaridad: “una parte de mí también  ha muerto”, pero  vivirá eternamente  en mis recuerdos.