Felipe
Nieto (Santander, 1948) no conocía casi nada de Jorge Semprún cuando se
cruzó con él una tarde en la Residencia de Estudiantes, lugar que acoge
este martes la presentación de su libro La aventura comunista de Jorge Semprún (Tusquets), XXVI Premio Comillas.
El escritor e intelectual madrileño se encontraba presentando uno de sus
libros y Nieto, inmerso en ese momento en la elaboración de su tesis,
se vio ante la posibilidad de un nuevo enfoque para su estudio: el
propio Semprún. “Me di cuenta de que su figura representaba gran parte
del siglo XX en Europa y España: exilio, deportación, lucha
antifascista, aventura comunista...”, explica Nieto. “Además era un personaje que, a diferencia de lo que ocurre en Francia o Alemania, no siempre había sido apreciado en nuestro país”.
Nieto, entre 1996 y 2007, fue desgranando con precisión (en los ratos libres que concedía su labor como docente) una
de esas vidas del siglo XX que sirven tanto de crónica de la capacidad
de superación del ser humano como de reflejo de las capítulos más
oscuros de la Historia. Pero de eso nada podía sospechar el
joven madrileño de 13 años que el 17 de julio de 1936, día de inicio de
la Guerra Civil en España, abandonaba con su familia la capital para
pasar el verano en Lequeito (Vizcaya). Nieto por parte de madre del
político Antonio Maura e hijo de José María Semprun y Gorrea,
intelectual republicano que había desempeñado el cargo de gobernador
civil, Jorge se vería obligado a marchar al exilio con sus seis hermanos
para, en primera instancia, residir en La Haya gracias al cargo de
embajador que el Frente Nacional otorgó a su padre.
Así comenzaba la historia del destierro y del desarraigo para el joven
Semprún que, a partir de ese momento, siempre llevaría por bandera dos
palabras: rojo español. El final de la guerra en España supuso el cese
de su padre como embajador en los Países Bajos y, acompañado por su
hermano Gonzalo, Jorge marcharía a París para estudiar en el Liceo
Henry-IV, una de las instituciones más prestigiosas del país. Pronto
demostró su alto nivel para los estudios y, motivado por la conciencia
de su condición de exiliado, se fue introduciendo en los círculos de
resistencia antifascista para acabar recayendo en el Partido Comunista.
“En primer lugar, el comunismo en los años 30 y 40 tenía un gran
prestigio entre las fuerzas de resistencia al fascismo”, explica Nieto.
“Además el mundo intelectual se había inclinado por esta
ideología radical que parecía el movimiento político llamado a liberar a
la humanidad de sus cadenas. Semprún se introduce perfectamente en esas corrientes desde la intelectualidad”.
Con motivo de la invasión de Francia por parte de la Alemania nazi,
Semprún adoptaría la lucha armada de la resistencia. Sería capturado por
las SS y enviado a Bunchenwald, campo de concentración nazi situado en
la zona de Weimar. Expuesto a condiciones inhumanas, de extrema
crueldad, Semprún gozó no obstante de cierta protección por el hecho de
pertenecer al PCE. En un escenario tan sombrío y lejano llegó
incluso a reintegrarse a la comunidad española, a su historia y a su
lengua gracias a la relación con sus compatriotas. Por otro lado, su
dominio del alemán hizo posible que entrará a trabajar en una oficina
donde el desempeño no era duro. Allí se confeccionaban las listas de
mano de obra destinado a trabajar fuera del campo donde la esperanza de
vida disminuía significativamente. Así realizó un trabajo valioso para
la resistencia del campo, evitando a muchos de sus camaradas una muerta
casi segura aunque otros prisioneros tuvieran que ocupar sus puestos.
- Se ha hablado mucho de la labor desempeñada por Semprún en Bunchenwald...
- Estas listas las confeccionaban las SS hasta que la organización del
campo cayó en manos de presos comunistas, alemanes y también de otras
nacionalidades. Es un tema con difíciles implicaciones morales. Semprún
sostenía que la intervención que hacía el comité jugándose el pellejo
consistía simplemente en retirar algunos nombres. Por ese motivo, la
lista corría. Él y otros escritores que han hecho historia de los campos
de concentración creen que en estas circunstancias de lucha contra el
enemigo las condiciones morales normales quedaban suspendidas. Pero
desde luego, como se ha dicho en algún lugar, Semprún no hacía listas
para la cámara de gas porque entre otros motivos Buchembald no disponía
de una. No era un campo de exterminio.
- ¿Y cómo asumió Semprún el hecho de que se demostrase que el comunismo
había sido con sus enemigos tan cruel como los nazis con el propio
Semprún?
- Tardaría mucho en ser consciente. En los años 50 se sabía poco de todo
ello. Con Jrushchov empezaron las denuncias y dudas. El siguió como
militante porque estaba entregado a la lucha en España, que consideraba
que era eficaz. Pero con el tiempo Semprún y otros compañeros
constataron que las denuncias no habían dado resultado y que en muchos
países seguían vigentes los usos y costumbres stalinistas y lentamente
comenzaron a criticarlo. Ya en los 80 se sentiría en la
obligación de denunciar y comparar los similares métodos utilizados en
los dos tipos de totalitarismos del siglo XX, sin hacer distinción.
Para llegar a esta reflexión Semprún tendría que recorrer todavía un
largo camino que comenzó con la liberación de Bunchenwald. Sin embargo,
al término de la II Guerra Mundial la lucha antifascista se detiene al
norte de los Pirineos. Tras un período en el que la alegría por afrontar
un futuro que había sido desestimado se mezcla con la pesadumbre por lo
vivido en el inhóspito paraje de Wiemar, Semprún decide continuar su
lucha contra el franquismo implicándose con convicción en el PCE al
tiempo que inicia su carrera literaria. “Era joven y militante”, comenta
Felipe Nieto. “Se sentía español, vinculado a los destinos de su tierra y como militante político quería luchar contra el fascismo.
En ese momento surgió la posibilidad de enviar instructores comunistas
en los sectores susceptibles de ser ganados para la causa. Él se
presentó para el sector cultural pues tenía una gran necesidad de volver
a Madrid y resarcirse de su condición de exiliado”.
En 1953 Semprún fue enviado por primera vez a Madrid por la cúpula del
partido y su trabajo clandestino se prolongaría hasta 1962. Durante este
tiempo utilizaría varios alias para cruzar la frontera. El más
recurrente será el de Federico Sánchez que luego utilizará en múltiples
ocasiones en su obra literaria. Se desenvolvió en la clandestinidad con habilidad y nunca tuvo problemas con la policía. Sabía moverse en la oscuridad. “Con
eficacia contactó con todos los movimientos incipientes que demostraban
su inquietud con el franquismo: el teatro, el cine, la universidad, las
artes... Encontró a gente a la que orientar, a los que alimentaba con
prensa y publicaciones clandestinas. Les daba un sentido a su rechazo al
régimen”.
Sin embargo, el trabajo de campo otorgó a Semprún la suficiente
experiencia como para comprender que el mensaje del PCE no calaba en la
sociedad española y que tanto el movimiento obrero como el intelectual
estaba evolucionando. El discurso tampoco convencía a las generaciones
de jóvenes que no habían vivido la guerra. También se comenzó a poner en
duda la democracia interna del partido. A partir de 1962 todo
se sumó para que se plantearan modificaciones importantes en el partido
pero Santiago Carrillo se cerró en banda lo que supuso la expulsión de
Semprún en 1964 y el fin de la aventura comunista. “Fue una
decepción”, puntualiza Nieto. “Había sido retirado de España y eso le
dolía porque consideraba que su trabajo había sido muy positivo. Se dio
cuenta de que estaba a merced de la organización. Por un tiempo siguió
pensado que quería seguir siendo comunista pero al tiempo se dio cuenta
que no había más que un programa y acabo por abandonar”.
Tomado de www.elculrural.es para prueba.
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