“Caminante no hay camino se hace camino al andar” es
parte de un fragmento del poeta Antonio Machado, quién plasmó
acertadamente la filosofía del
mundo. Ciertamente no existe un camino que hay que pasar, más bien es un
camino que hay que construir; estos días
de invierno literariamente se han
convertido en un otoño que pinta mi
existir en un vacío que sopla un
futuro incompleto.
El 30 de mayo será una fecha para recordar toda mi vida y no porque en familia se haya celebrado el día de las madres
nicaragüense con toda la pompa, en cambio
se vivió como la fecha más trágica
de nuestras vidas, porque la gran
madre y abuela murió.
El día anterior al abrir la puerta trasera de la casa
principal fue una desagradable sorpresa, que no se la deseo a
nadie, encontré a una de
las mujeres que más amé caída en el piso débil
y sufriendo fuertes dolores por la
fractura de su brazo y pelvis. Que
trauma es recordar esa escena que difícilmente
se borrará de mi mente, ver a esa incansable y fuerte mujer abatida por
el dolor, a ella quién dio su vida por
sus hijos, que apenas sabía leer y escribir; que obtuvo sus canas y arrugas
trabajando en el campo y vendiendo pan, por sacar a sus hijos adelantes y después a sus nietos.
Las 3:50 del día 30 de
mayo, uno de los amigos
de mi difunta abuela en un auto se estacionó frente a mi casa, su presencia me causó molestia como siempre, para ser sincero no es muy de mi agrado. Después de realizar una llamada
me comunicó que: “Doña Irene nos ha
dejado”, un fuerte golpe sentí en mi pecho no puedo explicarlo, sólo sé que
por hoy aún duele.
Mi mamá quien por cierto ni tuve motivos
para desearle un feliz día de las
madres, me explicó que parte del descenso
de mi
abuela fue la falta de atención
por parte del personal de Hospital
Humberto Alvarado. Mi familia interpuso
una formal denuncia ante las autoridades correspondientes, aunque me reservo mi
dudas que tengo efecto, porque no es la primera ni última vez que un paciente
fallezca por negligencia o por
falta de atención médica de este centro
hospitalario; la denuncia de mi
familia no pretende que se despida al personal, porque eso no
sanará mi dolor o resucitará a mi
querida abuela, simplemente se pide un trato más para las personas .
La vida de mi abuela
probablemente fue como la de muchas mujeres del país,
trabajadoras y con un carácter de
guerreras por sus familias, que si bien
la falta de educación las hizo
someterse a un sistema patriarcal, eso
no permitió que su legado y paso por
este mundo pasara desapercibido. Aunque
nunca fue a la universidad para mí fue
toda una catedrática del altura,
porque con ella aprendí mucho de
cultura e historia nacional, es más decirlo, porque todos sus
conocimientos los obtuvo mientras caminaba por este mundo, nadie le mostró un libro que le dijera este es la
historia de tu país, más bien era
parte de esa historia
que se plasmó en su lucha por
proteger a sus hijos que en ningún momento tuvo miedo ni a la guardia
somocista, ni a los sandinistas que la acusaron de ser somocista.
Si bien como aprendí en la universidad las prácticas
religiosas son una imposición que va de generación en generación, mi abuela me
enseño esa profunda fe que caracteriza a
nuestra familia. Su visión del mundo me
enseñó que todos somos hijos de
Dios y es el eterno juez, para
muchos probablemente es un absurdo, para mí
es el camino que Doña Irene, como era conocida cariñosamente, construyó.
Que difícil fue ver ese desorden en casa al cual no estaba acostumbrado , ver
que gente llegaba a brindarnos sus
condolencias y decir: “lo siento mucho”,
aunque todos sabemos que sólo los familiares podían sentir esa pérdida irreparable; la
verdad no juzgo a las personas por usar un término incorrecto, creo que como
popularmente se dice: “la intención es
lo que cuenta”
Verla en esa caja inmóvil, sin respirar fue muy doloroso, saber que al día siguiente la
enterraríamos nunca pasó por mi mente durante
convivimos, a diferencia de otros
sepelios a lo que asistí, este si
me llenaba de un profundo pesar: cada vez que me acercaba a
ver su rostro mi corazón visualizaba que
estaba dormida y que se levantaría, pero
mi consiente sabía perfectamente que jamás
lo haría.
Después de la misa, era irremediable su destino, el
cementerio esperaba para aguardar los
restos de una de las mujeres más grandiosas que pasó por mi vida y que pocas
veces me detuve a meditar lo importante que era. Al introducir
el féretro en la bóveda, mi ser
quería exhalar el llanto de súplica al Creador por la perdida funesta, lo único
que mude es sollozar el adiós a mi querida abuela. Quien me regalo parte de su vida, porque me cuido
desde muy pequeño, sus cuidados me
hicieron un chico fuerte, además fue
prácticamente mi cocinera especial que preparaba todos mis platillos
favoritos, aunque la disputa se armaba, cuando quería que comiera sopa a
sabiendas que no me gustan, pero según ella
era bueno porque estudiaba demasiado.
Según mi vecina yo era el nieto preferido de mi abuela, la verdad no lo creo, porque a todos nos amó con igual
interés, pero no todos le respondimos de
igual manera, evidentemente que su aprecio hacia mi radicó en la obediencia y
el respeto que siempre le tuve , aunque sería hipócrita afirmar que todo el tiempo fue así, cuando la
verdad es que hubo situaciones en la que discutíamos fuertemente.
He oído que cuando
vas a morir tu vida pasa frente a
tus ojos algo similar paso con migo, parte de mi vida giro entorno a mi
infancia, mi adolescencia y mi madurez
recordando los gratos recuerdos con mi abuela, y como le dije a alguien que me brindó su
solidaridad: “una parte de mí también ha
muerto”, pero vivirá eternamente en mis recuerdos.